lunes, 13 de mayo de 2013

ASESINO SERIAL- cuento de María Antonia Sassi (copyright)




            Sigiloso, sagaz como una nube blanca que se diluye en el agujero negro de la oscuridad, se desliza sobre el tejado; espía vacilante y expectante el cesto  concéntrico de ramas y hojas en la arista  colonial del  techo del que se emiten débiles sonidos. La pareja en la entrada aguarda al visitante trepador;  en posición de defensa perfilan  sus pechos  que son el blanco esperado en el  primer zarpazo. Sonidos, ruidos, aleteos, trinos ahogados. El rumiante se aleja con el golpeteo de la presa sobre el techo, sangra la herida de la pareja asesinada, el nido quedó solitario. Volátiles copos blancos  surcan  la noche y sentado triunfador, el felino paciente frente al enrejado portón  aguarda  sigiloso a la próxima víctima.   

Durante varias semanas permaneció sentado frente a las verjas de entrada. Luego  desapareció.
Al cabo de algunos meses, silentes pisadas  se acercaron  en la espesa noche cubierta de una neblina blanca, cerrada, que no permitía  distinguir nada cercano. 
Se alejaron luego  por la vereda  rocosa de baldosas salientes y encorvadas. La trasnochada  noche retomó el silencio oscuro impenetrable.
Trastocada por el miedo traspasé la puerta de terracota pintada y desde la ventanuca,  con el oído inclinado hacia el  rectángulo del enmarcado cristal traté de escuchar los ruidos del silencio.
Durante varias noches los pasos caminaron sobre el tejado y sobre mi cabeza en  el dormitante entresueño. Una y otra vez y otra más, un ronquido rumiante me sobresaltó.
Escuché entonces el aleteo  que golpeando el tejado, caía en el espacio y se desarmaba. Al día siguiente las vísceras y  parte del plumaje  se encontraban diseminados por el suelo graminoso.
En lo alto, en la cumbre del pino, un nuevo  grupo de extraños pájaros construían su morada.  Semicírculos de picos corvos, ojos redondos, pupilas enormes, cuerpos alargados, plumajes terrosos, trinos  agudos  intimidaban el ambiente;  enormes  garras, se sostenían en las ramas que se mecían hamacadas por la brisa de la tarde.

El aleto nuevamente me sobresaltó; una  víctima más en la cuenta del asesino. Me incorporé del sillón en el que estaba sentada escribiendo un cuento corto frente a mi escritorio.  Con rapidez, espié entre las tablillas de la persiana y allí estaban luchando. En círculo una bandada de pájaros de la misma especie se aglutinó.
El agresor se sintió prisionero sin ninguna  probabilidad de una posible huída
Lo encerraron  y silenciosamente    fueron devorando todo su ser. Tendida en el suelo su piel   de vellones  de sedoso  y níveo pelaje era una mancha extendida sobre la gramilla del parque.    

Han pasado varios meses y todo ha regresado a la normalidad. De vez en cuando   los extraños  pájaros en grupo regresaban al alto  pino.
           
En el sillón, realizaba la corrección  del borrador del  libro que estaba ya finalizado sosteniéndolo  entre las manos, leía sus últimos párrafos: Nuevamente  los golpes sobre el tejado y los desgarrantes y agudos sonidos de los pájaros, que más que sonidos parecían lamentos y llanto. Espío el césped húmedo del otoño  por las rendijas del ventanal y allí sentado, un enorme animal  se ocultaba en la espesa niebla que apenas dejaba adivinar al enorme  anómalo con apariencia de  felino, ojos  y cabeza de ladino  y todo  su cuerpo emplumado que  espera paciente, sentado frente al portón esperando a su próxima víctima.     
MARÍA ANTONIA SASSI
  
 Ilustración de Ileana Andrea Gómez Gavinoser sobre el cuento de María Antonia Sassi (copyright)
   

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