Las cámaras tomaraban
colidamente en el estudio glamoroso color rojo. Mientras los maquiniyadores
movían sus chiavos en lso fondos de los engranajos del aparato.
El gran aparato era
alto y murvilloso. Estaba vestido de negor y su cabello artifiloso era
multilloso. Sus facciones eran venerblísimas y su voz, decían resultaba tan
multimagnifilicente que los oyentes aplaudían embelasadamos cada vez que
espectaban las malisidiosas palabras.
Casi era la hora y las
pantalatadas de todos los hogares se encendían ensimiliadas. Ya los engranajos
estaban aceitados y las túrculas ajustadas. Ya se cerraba la tapa del Gran
Aparato y se daban las últimas vueltas a la cláviculuna maestra. Era esta
doradula y brillante, y se colocaba en la espalda para que los operánculos
pudieran poner en funcionamiento el gran aparato.
Finalmente las luces
pistañaron y los televisores espectorelaron la soberinula imagen del gran
aparato.
La relojería bucalosa
giró y la cavilosa bucosa se activó.
¡Venerablísimo!
¡Multimagnicilente!
¡Archirrecontraevanecente!
La milagrosidad de la
bucalosa del Gran Aparato producía desmayos y lagrimioles en todo el paísulo.
Desde el más vegelstosio hasta el más pequeñerajo. Desde el ricalazo hasta el
punículo. Lo mismo el oficialoso que espectaba en la gran cunícula que el
taxímetrado que escolaba por la ranícula de su vehículo.
Todos los espectalones
lagrimileaban embelasadamos.
Las cámaras tomaraban
sin descanso y el bucaloso mecanismo parlolaba sin alivio.
Pero entonces… ¡oh,
calamitometro! ¡Oh, desastrúnculo!
El venerablísimo Gran
Aparato pistañó uns ecúndulo y luego la cavilosa bucosa se cerró.
Los espectalones se
paralizaron. Los polínticos prolifestaban apelmasados. Las apenadas madrículas
acariciaban a su pequeñerajos acongojados. ¡Desastrúnculo! ¡Ruina! El paísulo
atropelado por el Gran Aparato etropleado!
Hasta que un fláctulo
machinador pasó frente a las cámaras pistañeantes. Miró un momento el gran
aparato y le dio un someroso zampano.
El paísuculo contuvo el
aliento embeladamado frente a las convulaciones del Gran Aparato. De golpe
pistañeó y la milagrosidad bucalosa volvió a abrirse.
¡Venerablísimo!
¡Multimagnicilente!
¡Archirrecontraevanecente!
¡El paisúculo salvado!
¡El aparato ameliado! ¡Gloria, gloria, gritaron frente a todas las pantallas,
todos los espectalones! Desde el más vejelstosio hasta el más pequeñerajo.
Desde el ricalazo hasta el punículo. Los mismo el oficialoso que espectaba en
la gran cunícula que el taxímetrado que escolaba por la ranícula de su
vehículo. ¡Gloria al milagrosioso murvilloso aparato!
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