lunes, 16 de mayo de 2011

Diana Rosés (copyright)

En este intervalo de existencia que me delata, van floreciendo ideas germinables, con la intención de esclarecer la ineludible pregunta: ¿Cuándo un texto tiene la poeticidad necesaria para ser?
Hay que diferenciar primero, algunos términos para que se vuelvan convocantes. En este caso: poesía, poemas y lo poético, no encuentran casilleros disponibles en el vocabulario cotidiano. Incluso en el medio artístico, se confunden, superponen, e interactúan como equilibristas de un circo anquilosado.
Lo poético, como ente abstracto e imponente, es posible encontrarlo en variado ámbito: una tela en blanco de un artista plástico espera impaciente que su autor le imprima el necesario soplo a través de sus pinceles. Un paisaje desértico puede despedir un halo para que algún enajenado paisajista retrate sus anárquicos laberintos de cactus.
Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema.  Así dice Vicente Huidobro en su Ars Poética. Y es que la belleza del mundo, la poesía, se enraiza en la pluma del poeta, para arrancar de su mano creadora, las palabras que curan desatinos: los poemas.

                                                        Diana Rosés


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